martes, 17 de enero de 2012

La importancia de las pajillas


Hace un tiempo, en una de mis innumerables sobremesas solitarias de entresemana, de carajillo y siesta asegurada, después de una comida pantagruélica, noto como la modorra desaparece y mi sopor se transforma en interés cuando cae en mis manos un libro de una tal Olivia Judson titulado, Consultorio sexual para todas las especies,  donde leo sobre un mono muy peculiar. Una frase me hace despertar de mi letargo con sorpresa: “En muchos primates los individuos de ambos sexos se masturban con frecuencia.” Quieto parao! Me froto los ojos, echo un bostezo que termina en un regüeldo atronador, me rasco las pelotas con la zurda y entro de pleno en el libro donde se aborda el tema de la gran diversidad de sexo desbordado que puede haber en la naturaleza en plan Helena Francis. El fragmento que escojo a voleo explica cómo a algunos primates les afecta darle al manubrio en sus comportamientos o sus estados de ánimo así cómo a la hora de echar una caidita de Roma a lo salvaje.

La autora en cuestión, pajas mentales aparte, relata cuidadosamente cómo un surtido variado de simios le dan a la zambomba que da gusto, tanto machos como hembras. Uno que me llama la atención y del cual desconocía su existencia es el mangabey de collar, un mono de color ceniza, larga cola y unos extravagantes bigotes en las mejillas que vive en África Occidental. Algunas de las hembras del mangabey de collar (las mangabeyas más calentorras) se estimulan a sí mismas con las manos mientras practican sexo. Fabuloso pienso, y acto seguido aparece otro aspecto que me impacta de mala manera haciendo naufragar mi mente turbia en un mar de conocimiento simioideonanista. Es una curiosidad sobre nuestro archiconocido pajillero por excelencia, que no podía faltar en un libro con monos ultraonanistas, el chimpancé. En este caso, se explica cómo una hembra de chimpancé (versión viciosa de mona Chita) que se había criado en casa de humanos se masturbaba ojeando una revista Playgirl, excitada por la visión de jamelgos sapiens en pelota picada, especialmente el desplegable central.
Luego, habla sobre las gayolas de los ciervos macho, estos se masturban frotando las puntas de su cornamenta contra la hierba, un acto que dura apenas quince segundos desde que empiezan hasta que se corren, pero algunos venados lo realizan varias veces al día durante la época de apareamiento... eso ya es demasiado para mi cabeza. Cierro el libro con cara de pasmado y me dispongo a meditar sobre lo que acabo de leer. Pobre Bambi. Primero la madre y luego hacerse una manola. Disney, cuánto daño has hecho, la madre qué te trujo.

Después de ver que este libro resultaría la delicia de cualquier zoofílico, decido abandonarlo de por vida en el estante más lúgubre de la habitación donde ningún alma con aires de Jumanji pueda alcanzarlo. Pero una pregunta retumba incesante en mi cabeza: ¿Te has parado a pensar en la importancia de las pajillas?

Creo tener la respuesta, pero prefiero consultarlo en un libro de solvencia contrastada, la Biblia. En ella encuentro el gran pajeador bíblico Onán. En el libro del Génesis era el segundo hijo de Judá. Su nombre es el origen del término sexual onanismo (que se usa como sinónimo de masturbación), aunque también hay quienes piensan que esto procede de una mala interpretación del texto bíblico que en todo caso relata una interrupción del coito o coitus interruptus y no una masturbación. Todo esto no me ayuda en absoluto y me hace pensar que ya llevo un rato dando vueltas intentando explicar el arte sobre marear el nardo, y en realidad no he dicho nada. Hay que concretar. Sigo con la importancia de las pajillas, y lo único que me viene a la cabeza para terminar este relato decadente son otras palabras de un sabio empalagoso con incontinencia verbal:

“Las pajas son la forma gestual más sincera e íntima que existe en las relaciones sociales, tienen un poder transmisor de emociones que no tiene parangón en nuestro abanico comunicativo. Y es que quien no se ha emocionado al sentir la mano de alguien especial sacándole brillo al sable…, ese sentimiento eléctrico que recorre la espina dorsal de arriba a abajo, y que hace que se te ericen todos los pelos del cuerpo, que te traslada a una dimensión diferente, casi irreal, en la que todo carece de importancia y en la que lo cotidiano se difumina como la bruma matinal.
El mundo debería ser un lugar en el que la especulación debería cambiarse por polvazos, la avaricia por jugar al Teto y el ansia de poder por pajillas, el gesto más bonito debería ser también el más poderoso. Y éso sí qué sólo depende de todos y cada uno de nosotros, porqué nunca es tarde para dar la primera pajilla.”

Se hizo el silencio. Me la voy a pelar.


1 comentario:

  1. Poli, cómo consigues sintetizar tantas verdades en tan pocas líneas? Consigues emocionarme y haces que no me sienta solo. Por favor, no dejes de escribir. A tu madre y a mí nos encanta.

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